El crecimiento demográfico del siglo XIX obedece fundamentalmente dos factores: el primero no muy evidente, pero comenzó desde la segunda mitad del siglo XVIII, fue la disminución de la mortandad en los países donde la industrialización se comenzaba a desarrollar. El segundo factor fue la migración. Por ejemplo, tan solo entre 1850 y 1914, 10 millones de personas europeas migraron en busca de trabajo, dentro de Europa y hacia territorios de ultramar. Estados Unidos de América y Canadá, constituyeron los principales destinos en un primer momento, aunque después Sudamérica se unió a ellos.
Recordaras que los trabajadores del campo vivieron una crisis que les orillo a emigrar hacia las ciudades con el propósito de mejorar sus condiciones de vida; sin embargo, se encontraron todo lo contrario ya que, además de la sobrepoblación y el hacinamiento en el que se vivía había un exceso de fuerza de trabajo que hacía que los dueños burgueses de las fabricas castigaran los salarios manteniéndolos muy bajo.
En ese momento el crecimiento poblacional no era un problema ya que parecía conveniente que un país se poblara mucho a fin de asegurar mano de obra suficiente dispuesta a ocupar el lugar de algún inconforme.
La vida de los obreros se torno muy difícil y se abrió ante ellos la posibilidad de organizarse en colectivo para hacer frente a la burguesía y exigir al Estado mejores condiciones, o bien emigrar a otras ciudades, incluso a otros países.
Algunos intentaron medidas individuales, entre las que se encontraban la superación personal, que por supuesto no daba resultados, y en algunos casos que luego fueron creciendo empezó a vislumbrarse la posibilidad de no tener más hijos es decir, contralar la natalidad. El impacto de esta última medida se dejo sentir, en los países desarrollados, a principios del siglo XX cuando era evidente el descenso de la población final.
Recordaras que los trabajadores del campo vivieron una crisis que les orillo a emigrar hacia las ciudades con el propósito de mejorar sus condiciones de vida; sin embargo, se encontraron todo lo contrario ya que, además de la sobrepoblación y el hacinamiento en el que se vivía había un exceso de fuerza de trabajo que hacía que los dueños burgueses de las fabricas castigaran los salarios manteniéndolos muy bajo.
En ese momento el crecimiento poblacional no era un problema ya que parecía conveniente que un país se poblara mucho a fin de asegurar mano de obra suficiente dispuesta a ocupar el lugar de algún inconforme.
La vida de los obreros se torno muy difícil y se abrió ante ellos la posibilidad de organizarse en colectivo para hacer frente a la burguesía y exigir al Estado mejores condiciones, o bien emigrar a otras ciudades, incluso a otros países.
Algunos intentaron medidas individuales, entre las que se encontraban la superación personal, que por supuesto no daba resultados, y en algunos casos que luego fueron creciendo empezó a vislumbrarse la posibilidad de no tener más hijos es decir, contralar la natalidad. El impacto de esta última medida se dejo sentir, en los países desarrollados, a principios del siglo XX cuando era evidente el descenso de la población final.
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